Foto de: Aida Pérez |
En Madrid tocaron el jueves 21 de marzo en el Palacio de Vistalegre, con el cartel de "entradas agotadas", tras ampliar el aforo un par de veces.
Al concierto acudieron nuestras corresponsales de honor: Aida Pérez y Cristina García, que a continuación nos narran su experiencia y opinión acerca del concierto:
- Por Aida Pérez (@aidapcadenas)
Foto de: Aida Pérez |
La primera pregunta que una se hace al
llegar al concierto de Mumford & Sons
es: ¿cuándo se hicieron tan famosos estos tíos? Dos discos y un Grammy después,
el cuarteto londinense se estrenaba en la capital, donde les aguardaba un
público expectante. La Riviera se quedó pequeña para albergar a las más de
9.000 personas que esperaban ansiosos la llegada de los nuevos héroes del folk de estadio. Y llegaron como los
grandes, con teloneros por partida doble, gradas abarrotadas y a precio de
estrella consagrada (casi 40 euros, gastos incluidos).
La noche empezó regular. Una pésima
organización por parte del Palacio de Vistalegre de Madrid hizo que el público
se agolpara en las gradas, intentado buscar un sitio vacío entre la multitud, y
con una pista vetada por los cuerpos de seguridad del recinto, al 50% de su capacidad.
Ya ubicados, y pasadas las 9.30 de la noche,
empezaba el show. Armados con trombón,
contrabajo, violín, mandolina, banjo y trompetas, los británicos hicieron sonar
los dos grandes éxitos de su último disco, Babel
y I will wait, coreados por un
público adolescente que sujetaba pancartas y conocía las letras al dedillo.
Uno tras otro, sonaban sin descanso los
temas de sus dos únicos discos, ésos que le han hecho consagrarse como las
grandes estrellas de la temporada: Whispers
in the dark, Little lion man, Lovers
of the light, Ghosts that we knew,
Awake my soul, Thistle & weeds, Roll
away your stone, Dust bowl dance…
Con un público entregado y una acústica que desmerecía el potencial de su
sonido en directo, hubo momentos incluso para cambiar su registro y darse a la
“rockandrollería” de mano de sus
teloneras, las imponentes Deap Vally,
con las que interpretaron el Don’t Do It
de The Band.
Para el final se guardaron dos de los
grandes temas de su primer disco, Winter
Winds y The Cave (¿qué fue, por
cierto, de Sigh no more?!), con los
que cerraron una actuación que, inevitablemente, hacía preguntarse ¿mereció la
pena tanto despliegue? El tiempo nos dirá si efectivamente Mumford & Sons son esa gran banda que los medios de
comunicación están empeñados en vendernos, o solo una fantasía más de ése indie de usar y tirar.
- Por Cristina García (@flomo13)
Foto de: Aida Pérez |
Tras la actuación
del pasado jueves en Madrid de Mumford & Sons cabe preguntarse cómo cuatro
londinenses de aires folk reunen a casi 10.000 personas bajo el mismo techo. El
hecho de llenar un tendido como el de Vistalegre hasta los topes es sinónimo de
calidad o de que la industria musical se va diversificando. En nuestro país, el
sonido del banjo no es frecuente y ver un contrabajo en la parte delantera de
un escenario tampoco. Si la banda de Marcus fue capaz de reunir tantos
espectadores, y tan heterogéneos (de adolescentes extranjeras a treintañeros
encamisados), es probablemente por haber ganado dos Brits y otros dos Grammys,
siempre garantía de difusión comercial.
Dejando a un lado
los problemas de organización, que siempre desmerecen este tipo de espectáculos,
el concierto fue correcto. Durante hora y media la banda encadenó canciones de
sus dos discos, ofreciendo al público los éxitos que tanto ansiaban escuchar.
“Babel” y “I Will Wait” no se hicieron esperar y sirvieron de resorte para que
los asistentes corearan los estribillos a ritmo de folk. Los cambios de
instrumentos fueron ocurriendo a medida de que el repertorio se fue
desarollando, añadiendo mandolina, trompeta, trombón y violín a los habituales
guitarra, teclado, banjo y contrabajo.
Uno de los momentos
más espectaculares fue cuando Deap Vally subió al escenario para versionar
“Don't Do It”, de The Band. Las teloneras de Los Angeles parecieron robarles el
momento a la banda principal con el envite guitarrero que necesitaba la noche.
Ya fuera por la voz de Lindsey Troy o la pandereta de Julie Edwards (que
personalmente me recordó a los inicios de Florence + The Machine), este duo
demostró más carácter que un Marcus Mumford haciendo chistes sobre fiesta/siesta para intentar ganarse al público. Cuando la
música es buena, ya tienes ganado al público.
Tras este inciso,
volvieron a sonar otros éxitos del grupo como “Little Lion Man” o “Awake My
Soul”, que no hicieron otra cosa sino demostrar que estábamos ante un grupo con
tirón pero sin la conexión habitual de bandas folks con públicos reducidos.
Para los bises se
reservaron las también conocidas “Winter Winds” y “The Cave”, tras las cuales
se despidieron sin demasiado boato. Concierto correcto, como empezábamos, pero
del que se esperaba más. Quizás por pensar que el folk no se había convertido
(todavía) en un fenómeno de masas.
Buenas crónicas!
ResponderEliminarEsta es la prueba palpable de que la música Indie ha dejado de ser algo al margen de la industria
Me encanta el sentido critico y objetivo de estas encantadoras cronistas.
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